jueves, 25 de junio de 2015

ENSAYO SOBRE LA APARIENCIA.

ENSAYO SOBRE LA APARIENCIA. Estaremos de acuerdo en que el lugar que antaño ocupó la plaza pública, el foro, con su mercado, su iglesia y sus cafés ha sido sustituido hoy por los centros comerciales, los inmensos centros comerciales. Esas grandes burbujas instaladas en medio de la nada que reúne a miles, millones de personas cada fin de semana. Pues bien estos centros comerciales que son idénticos en cualquier parte del mundo desde Londres a Bombay son, por resumir mucho, templos de la apariencia. Y con ello no les estoy quitando ni un gramo de importancia; al contrario les confiere una relevancia social que no tiene ningún otro espacio en la ciudad. Estos centros, en un 99 % desarrollan actividades comerciales que tiene que ver con la importancia que le damos a nuestro aspecto: cómo vestimos, cómo nos calzamos, cómo nos peinamos o maquillamos…a qué nos queremos parecer. Y es que la apariencia no es un asunto banal. A poco que se descuide uno ya está hablando de Platón y de su caverna, de que, en definitiva, somos lo que se refleja de nosotros. Los animales y las plantas saben que su supervivencia depende de la apariencia. Las serpientes venenosas y multicolores, los machos que hinchan sus buches ante las hembras, las grandes flores de las plantas que, como anuncios luminosos parecen gritar: ¡Vengan aquí, prueben nuestro polen! Los seres humanos ,era de prever, no podíamos perder este instinto natural de obtener una apariencia que nos haga ser igual que unos , pero muy distintos a otros. Por ejemplo: las hijas ponen mucho interés en ser distintas a sus madres. Tanto interés como ponen las madres en parecerse a sus jóvenes hijas. Mimetismo, camuflaje, a ello jugamos todos, sin excepción. Yo , que a menudo presumo ante mí mismo de no importarme nada la apariencia, ni la ropa que me pongo; me moriría antes que ponerme para salir una chaqueta y una corbata. Porque, claro que me importa mi apariencia. Claro que me importa a quién me quiero parecer y a quién no… Pasear por las calles de una gran ciudad es algo que nos gusta a todos. Miramos los edificios, las plazas, los luminosos, pero sobre todo miramos a la gente. Esa variedad de estilos, de formas de vestir, de caminar, de llevar la vida a cuestas…. Pero no solo en la ciudad. Observemos a la gente que camina por una playa concurrida. ¿Hacia dónde mira? ¿Hacia el horizonte, las olas, los barcos, las rocas…? No, mira a la gente que ocupa la playa. La gente que se tumba al sol, que juega, que lee. La gente es sin duda uno de los mayores espectáculos …para la gente. ¿A quién le gusta un restaurante vacío? Las calles vacías pueden ser poéticas pero desprenderán un aire de melancolía. No; a todos nos gustan las ciudades, el mejor invento del ser humano, llenas de gente, llenas de ruido, llenas de vida… Es el decorado donde cada uno de nosotros representa su papel. Esa parte del guión que nos ha tocado. Y nos vestiremos, nos peinaremos, incluso pensaremos como ese personaje que nos ha correspondido en el casting. Para ello, para hacerlo creíble tendremos que cuidar mucho, muchísimo nuestra apariencia.

viernes, 12 de junio de 2015

LADRÓN DE GUITARRAS

LADRÓN DE GUITARRAS. Cuando llegué ,hace diez años al Colegio “el Olivar”,descargué todos mis trastos: libros, fichas, cachivaches y mi guitarra. Allí,en un armario de la clase,con más polvo del que merecería, duerme con su canciones y recuerdos. Hoy he ido a sacarla para tocar algo mientras los niños pintaban, pero no estaba. La he buscado por todos los rincones del colegio y no ha aparecido. Parece ser que ha aparecido de nuevo el ladrón de guitarras. Los chicos se han puesto más tristes que yo. Para tratar de quitarle “dramatismo” a la cosa les he contado la historia de esta guitarra, que es una historia verdadera. Hace ya veinte años, en otro colegio.El CEIP Mario Benedetti, tenía yo otra guitarra. La guitarra vieja y parcheada que conservaba desde los quince años. Me la habían regalado mis amigos para mi cumpleaños. A día de hoy ha sido el regalo que más ilusión me ha hecho en mi vida. Todos mis amigos tenían guitarra y me la dejaban de vez en cuando. ¡Macho, cómprate una de una vez! - me decían. Pero no estaban las cosas por aquel entonces para comprar guitarras. Y ellos sacaron sus ahorros y me compraron una preciosa guitarra de color vino burdeos con la que aprendí a tocar lo poco que sé. Así que en el colegio, yo les enseñaba a los chavales la poca música que yo sabía y sobre todo a cantar. Pero un día ,hace justamente veinte años, entró en aquel colegio el ladrón de guitarras y se llevó la guitarra de mi vida. Ese día sí me sentí triste. Me habían robado decenas de canciones, recuerdos encerrados en arpegios. Canciones de protesta, infantiles..canciones para pasar el rato o matar el aburrimiento. Aquellos alumnos hicieron lo mismo que mis amigos: hicieron una colecta y me compraron una guitarra nueva. Entonces pensé que cuidaría mejor de esta guitarra. Que me la llevaría a casa para que no viniera nadie a llevársela de nuevo. Pero luego pensé que no era justo. Que la guitarra la habían pagado los chicos para tenerla allí con ellos. Que si me la llevaba a casa acabaría cansándome de acarrearla y la guitarra terminaría por no venir al colegio. Así que cuando llegué al nuevo colegio la guitarra se vino también conmigo. Aquí ha pasado este tiempo. Varios exalumnos me han confesado que han aprendido después a tocar la guitarra (mucho mejor que yo) porque se aficionaron de ver a aquella guitarra de la clase, como otro mueble más, como el mapa o el globo terráqueo. Hoy les he dicho a los alumnos que no se les ocurra, por favor, comprar ninguna guitarra más. No por miedo al ladrón de guitarras sino porque ya no habrá otros veinte años de colegio para tocarla. Todo el mundo se pregunta ¿Pero a quién se le ocurre entrar a un colegio para robar una guitarra? Yo sé quién ha sido. Estoy seguro. Conozco a ese ladrón: es el tiempo. El tiempo que se lleva todo, cada veinte años, el maldito tiempo que pretende que nos pongamos tristes porque se lleva una parte de nuestra vida. Pero no tiene ni idea. Es un pobre ladrón de guitarras que no sabe tocar más que viejas canciones pasadas de moda. No sabe que en la memoria de un niño o de un muchacho de quince años las canciones siguen sonando siempre, aunque se rompan o nos roben las guitarras.

ENCANTADO DE HABEROS CONOCIDO

ENCANTADO DE HABEROS CONOCIDO. No sé si puedo considerarme mitómano. No es raro que así sea cuando los mitos, los grandes mitos del ser humano, aquellos dioses en los que uno creyó allá por la infancia o la juventud murieron: Jesucristo, Marx, el Che Guevara… Entonces uno se agarra a otros seres de carne y hueso que además de ocupar ese hueco en el altar de las creencias, puede ver, escuchar incluso dar la mano. También estos van desapareciendo. Hoy ,no sé por qué, se me vienen a la memoria para pensar la suerte que tuve de conocerlos. De Rafael Alberti conservo su libro “Roma, peligro para caminantes” que me firmó con una paloma en la feria del libro de Madrid hace veinte años. Fue un sábado soleado en una pequeña caseta del Retiro. Recuerdo sus libros apilados, su bella melena blanca y su camisa celeste. Manuel Vázquez Montalbán nos dio una conferencia erudita y amena en Rivas, también una tarde. Ya me había enseñado a amar su Barcelona de putas y macarras, su hermosa Barcelona del mercado de la Boquería, de la Rambla de las flores, de las pequeñas tabernas. Este lúcido intelectual hoy sería una referencia decisiva para entender esta España de cambios políticos, nos hablaría del 15 M, del futuro de esa izquierda que no le entendió y que hoy le echa de menos. Luego están los poetas, los músicos. Como D. Mario Benedetti, al que estreché la mano inaugurando un colegio con su nombre. Llevaba una pequeña cartera bajo el brazo, una leve sonrisa y una dignidad inmensa. A Mercedes Sosa pude escucharla en un teatro de la Gran Vía, sentada en el escenario, con su gran humanidad y su voz continental. Ya no tenía, es cierto, esa potencia vocal, pero conservaba su carisma que nos hacía ponernos en pie a todos los asistentes a su concierto. Le dimos, entonces , todos gracias a la vida por haberla conocido. George Moustaki cantó solo en un pequeño teatro de nuestra pueblo, Rivas acompañado solo por su fiel mademoiselle Gibson, su guitarra acústica, su mejor amante. A gritos le pedí que cantara “Le temps de vivre” y me escuchó. Comenzó a cantarla pero no pudo terminarla por una carraspera inoportuna. ¡Cuánto me hubiera gustado acompañarle para finalizarla con él.! Junto a estos ilustres desaparecidos, también quiero hoy recordar a otras personas que se fueron sin una nota necrológica en los diarios pero que dejaron una página de amistad en mi vida. A mi amigo Pedro Larrosa a quién siempre lamentaré haber conocido demasiado tarde para haber disfrutado con él de más tardes con un café y un cigarro. Para seguir charlando de política , libros o música allí cerca de su jardín. Y cómo me gustaría cuando empiezan a florecer los almendros. Cuando los pájaros que él conocía por su canto alegran la avenida, volverme a encontrar con Lorenzo , oírle silbar desde lejos y que me diera ese apretón de manos que él daba con una sonrisa, como si firmara conmigo un nuevo pacto con la vida. Me alegro, queridos amigos de haberos conocido. ¡Qué afortunado soy de tener vuestros libros, vuestras canciones, vuestro recuerdo! Me enseñasteis como hay que vivir y morir ,como lo hicisteis vosotros, como hemos de hacerlo todos, como lo hace el viento cuando pasa. Gracias.