miércoles, 14 de junio de 2017

EN LA COLA DEL PAN



Cada vez es más frecuente, mientras uno espera en ola cola del pan, tener que escuchar como alguien a tu lado,con el móvil en la oreja, trata de reconciliarse con su pareja o le cuenta a otro los resultados de su última revisión ginecológica.
Lo peor viene cuando la persona en cuestión, lejos de interrumpir la charla telefónica continúa la conversación  mientras pide una barra de pan bien cocida.
-No, un poco más cocida-Perdona, de eso ya hemos hablado , no me salgas por ahí...
-¿Algo más?
-Sí ,deme unas magdalenas-¿Pero cuándo te he dicho yo eso?,¡ no empecemos a exagerar! -sí,sí de esas de huevo.
-¿Algo más?
-¡Claro, claro que sí!
-¿Y qué le pongo?
-De eso nada, me estás poniendo de los nervios....Unos cruasanes de mantequilla..
La que ya está de los nervios es la dependienta que con las pinzas en la mano toca ya las castañuelas.
-Mira, vamos a dejarlo así,,
-¿Así le parece bien?
-Sí, ya he tenido suficiente con la escenita en casa de tu madre.
Luego le sigue una interpretación de mimo con la mano que le queda libre , no se sabe muy bien si dirigida al auditorio, a la dependienta o a su interlocutor telefónico.
El resto de la cola no sabe de qué parte ponerse y mueve la cabeza. Sin proponérnoslo hemos presenciado un reality al que no estábamos invitados.
Después, el protagonista se aleja por el pasillo de los congelados.Esta persona que defenderá con uñas y dientes su derecho a la intimidad, seguirá mostrando a todo el que quiera o no quiera oírle sus conflictos personales, o el estado de sus vísceras.

sábado, 3 de junio de 2017

SAN BLAS 1982


En 1.982 llegué a un colegio del barrio de San Blas. Un vetusto edificio de los años setenta con clases de amplio ventanales y unos chopos en el patio.
Ocupé la plaza que dejaba vacante una maestra que se jubilaba a los setenta años. Pasé algunas horas con ella en la clase. A ratos cerraba los ojos y dormitaba. Los niños la miraban y se sonreían mordisqueando el lápiz.
Aquel fue mi estreno como maestro. No puedo recordar más que momentos felices, descubriendo una profesión, que vaya usted a saber por qué, siempre me había fascinado.
Así  fue como  empecé a leerles cuentos de Gianni Rodari,a enseñarles canciones aprendidas en la Escuela de Magisterio de Pablo Montesinos…y  a aprender yo también, a escribir en la pizarra con letra redondilla de maestro y no con aquella letra ilegible de estudiante universitario.
A escribir cuentas, abecedarios,adivinanzas, dibujos con tizas de colores donde siempre había una casa con chimenea,  un árbol y un camino que  iba a cualquier parte. Y mostrarles los poemas de Machado:  …”una tarde parda y fría los estudiantes estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales”
Y enseñarles a jugar en el patio a aquellos juegos que yo jugaba de niño: el rescatao, la pídola,  el escondite inglés.
Acostumbrarme al estrépito de platos y cucharas en el comedor, los niños con la nariz manchada de tomate.
Iba con ellos a la piscina del polideportivo un día a la semana y así aprendí a llevarlos en fila,  a apacentarlos como un pastor sin cayado.
Hacía con ellos una revistilla en clase con una imprenta de gelatina donde publicaba sus  cuentos con su propia letra desgarbada .
Había un niño, uno de los más piezas, que me esperaba a la salida para que le diera una vuelta en mi coche nuevo. Yo con ese pequeño premio le chantajeaba para que hiciera la tarea que siempre se dejaba a medias.
Recuerdo tardes de sol entrando por las ventanas de la biblioteca y los libros de Sapo y Sepo, de Janosch , y la Historia Interminable y Momo y los cómics de Tintín. Era el comienzo de una era dorada de la literatura infantil, traída de Francia, de Bélgica, de Alemania, de Latinoamérica.
Al otro lado del cristal  pasaban veloces los años ochenta . Yo apenas pude vivir todo eso que cuentan las crónicas. Primero como opositor, luego como maestro y finalmente como padre a mí  LOS "FELICES AÑOS OCHENTA"me pillaron trabajando.
No me quejo, creo que me gustó más esa movida que la de Alaska y los Pegamoides.

Ahora estoy viviendo mis últimos días de escuela. Por suerte todavía no me duermo, yo no me tengo que jubilar con setenta años. Mis alumnos me dicen que por qué me jubilo.Yo creo que es así como debe ser. Cuando uno aún no se duerme en clase. Espero que a este aula que dejo vacante llegue un día   un maestro o una maestra joven  y dibuje en la pizarra una casa con chimenea,un árbol y un camino que vaya a cualquier parte.