sábado, 22 de noviembre de 2014
EL NIÑO QUE ODIABA LA NIEVE.
Este año el invierno viene caminando despacio. Como un viejo. No acaba de pintar de amarillo las hojas de los árboles. A unos días fríos les suceden otros soleados. Parece que tarda en llegar, pero inevitablemente el invierno llegará.
Soplará el Guadarrama y helará los charcos en esas mañanas frías y brillantes de Madrid. Quizá algún día aparezca, como siempre por sorpresa, la nieve.
Todos los niños aman la nieve. Será porque la nevada todo lo pone limpio ,como a estrenar. De pequeño nos gustaba ver nevados los feos solares, los tejados, los viejos coches y las aceras. Todo parecía mejor y más nuevo. Por eso será que a todos los niños les gusta la nieve. Bueno a todos no.
Cuando nevaba mi padre se ponía de mala leche. Yo no lo entendía. Lo achacaba a que él trabajaba de conductor y la nieve era una molestia y un riesgo. Pero no , no era eso.
Más tarde, años después, en una de esas conversaciones largas de sobremesa nos lo contaba.
-Claro, ahora es muy bonito andar por la nieve con esas botas buenas que tenéis. Pero nosotros andábamos en alpargatas. La nieve duraba mucho tiempo porque no había máquinas para recogerla. Era todo a base de pala y cepillo…
Y la mente de mi padre, con un cigarro y otro se iba años atrás, muchos años atrás…
Es el invierno de 1.941.
Ayer nevó y las calles están cubiertas de nieve sucia y pisoteada.
Antoñito , mi padre trabaja en una vaquería del Barrio de Salamanca. Reparte cántaras de leche de 20 litros con un carro de mano . Pesan mucho para lo poco que ha desayunado hoy: apenas un tazón de leche con sopas de pan.
Lleva las cántaras a varias cafeterías de la calle de Alcalá. En total recorre más de 10 kilómetros empujando su carrito de leche.
Hoy, cerca de la Puerta de Alcalá, por culpa de la nieve ha resbalado . El caso es que el carro ha ido a parar contra un árbol y se han caído las cántaras. ¡Menos mal que iban bien cerradas!
Pero él solo tiene nueve años y pocas fuerzas. Imposible volver a colocarlas de nuevo en el carro.
Por eso llora. Por eso se ha sentado en el bordillo vencido y desarmado.
Pero el conductor del tranvía que iba a arrancar en ese momento hacia la calle de Serrano lo ha visto todo , frena y abre la puerta. Bajan él y un muchacho que lleva un buen abrigo de paño y que tiene voz de galán. Entre los dos recogen las cántaras, las suben al carro y consuelan al chico .
Mientras ,una joven bastante guapa ,que seguramente será secretaria de una empresa de seguros ,ha ido al quiosco de la esquina y le ha traído un café humeante y una inmejorable sonrisa, como las azafatas de los aviones.
Nadie ha protestado en el tranvía. Nadie se ha quejado del tiempo transcurrido. Se asoman a las ventanillas y comentan la gran nevada caída y el frío que está haciendo estos días en Madrid ,como no se recuerda en mucho tiempo.….
Luego todos suben al tranvía. Se cierran las puertas con un soplido. Suena una especie de campanilla y el vehículo se desliza soltando unas chispas por el trole.
Antoñito dice adiós con la mano. El cafetito le ha repuesto las fuerzas y como un hombrecito empuja ahora su carrillo de lechero. Lleva las alpargatas caladas de agua y las manos con sabañones. Pero ya falta poco para llegar a la vaquería. Entre dientes murmura: ¡qué asco de nieve!
Felipe Gutiérrez (hijo de Antoñito)
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4 comentarios:
Antoñito ha hecho de sus hijos grandes personas, por lo menos la que yo conozco. Y en algo estoy de acuerdo con él, nunca nieva a gusto de todos. Salud
Como de costumbre, muy agradable de leer. Conmovedor y muy bien escrito.
un abrazo.
Excelente texto Felipe, con el que me identifico plenamente. Esas escenas que relatas de tu padre, son emotivas y representan las duras condiciones con las que tuvieron que enfrentarse nuestros padres, y que al recordarlas nos deben servir de ejemplo para valorar todo cuanto hicieron.
Qué bonito y qué tierno, Felipe. Yo había oído la historia, pero esta muy requetebien contada. Gracias por este blog tuyo tan personal
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