lunes, 13 de abril de 2015

NOS QUEDAMOS SIN PADRES.

Nos quedamos sin padres. Cuando más perdido está el mundo. Cuánto más achantados, dormidos, domesticados están los que deberían ser nuestras referencias; ahora va y se me muere Eduardo Galeano. Este uruguayo con perfil de filósofo romano, un Sócrates con el acento dulce y socarrón de los montevideanos, era como mi padre, como un gurú descreído a quien leía y escuchaba con la boca abierta. Le descubrí hace unos quince años con “Patas arriba. La Escuela del mundo al revés”. Y fue como encontrar un manual tan subversivo y radical como solo la poesía puede ser. Desde entonces me compré todo lo que encontré de él:“El libro de los abrazos”, “Espejos”, “Los hijos de los días””Bocas del tiempo”… y un libro de la editorial Lóguez para niños que se llama “La piedra arde” que debería ser de lectura obligatoria en las escuelas (Yo intenté introducirlo en la mía y lo habían descatalogado,lástima..). Me queda recorrer Youtube buscando sus charlas con voz cautivadora, hablando del arma de revolución masiva que es la palabra utopía. Su compadre Mario Benedetti decía que la vida es un corto paréntesis entre dos muertes, ¡pero cuánto partido les sacaron ellos a la suya! En un gran poema de César Vallejo una multitud le pide a un hombre al que aman que no se muera, pero él sigue muriendo, tanto lo aman, tanto le insisten todos, que al final por amor a ellos sigue viviendo. Sabemos que esas cosas solo pasan en los libros, en esos raros y demoledores versos de César Vallejo y de los grandes poetas. Pero yo le diría también a Eduardo Galeano. ¡Joder, Eduardo, no te mueras! Y él me contestaría, si no fuera porque anda ocupado con la muerte, que tomáramos uno de sus libros y se lo regaláramos a alguien, a alguien que estuviera falto de afecto y de palabras, y así, solo así dejaría de morirse. Nunca quiero olvidar un pasaje de “Patas Arriba”, absolutamente real que alguien le contó en un hospital-hospicio de Managua. El médico de guardia acaba su turno. Es navidad y se va a su casa. Un niño le llama: “¡doctor, doctor, dígale a….dígale a…dígale a alguien que estoy aquí..” Estas cosas contaba. Por favor decidle a …… todo el mundo que él, Eduardo Galeano, estuvo aquí.

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