miércoles, 9 de septiembre de 2015
Al colegio en bicicleta.
Cada mañana bajo al cole en bicicleta. Saludo a los árboles y a algún pájaro. Cruzo los pasos de cebra y celebro seguir teniendo ganas y fuerza para empezar un nuevo día.
Hoy he cambiado mi itinerario pues andaba con más prisa y en lugar de cruzar el parque lineal con su paseo y su canalillo ,aprendiz de río, he bajado por la avenida hasta llegar a la de Covibar para coger desde allí el camino de mi colegio El Olivar.
Yo ya lo sabía, pero no por eso he podido evitar sentir un pinchazo de tristeza cuando me he cruzado con unas decenas de niños y padres que pasaban de largo, por delante de mi colegio y seguían hacia otros coles más lejanos, más de su agrado.
Seguro que se trata de un exceso de orgullo por mi parte. Lo más probable es que ese desdén que les achaco a todas estas familias no tenga más base que mi propia imaginación. Pero ¿qué queréis? No puedo dejar de sentirme así, como me siento: un poco como el que compra flores para su amigo y éste se las deja olvidadas en la papelera.
Aquí, llevamos décadas levantándonos cada mañana padres y profesores, para poner un centro en marcha. Con cada música que sale por nuestra megafonía, sale un chorro de ilusión. La misma ilusión que ponen los demás centros hermanos nuestros, donde nuestros amigos maestros y familias echan también su resto de sudor y tiempo.
Solo que hoy yo he sentido que es una pena que otros niños y niñas, vecinos nuestros, que viven tan cerca de nosotros no puedan estar aquí con nosotros, junto a nosotros, porque les recibiríamos muy bien, tan bien como recibimos a esos cuantos cientos de niños que llenan nuestras aulas.
¿Quién puede poner la más mínima objeción a la elección libre y personal de cada uno para sus hijos? No seré yo desde luego. Tan sólo le pediría-si mi voz fuera oída- que alguna de estas personas, a la ida o a la vuelta parase un instante, echase un vistazo a nuestro colegio que le pilla de paso y nos conociera. Las puertas siempre están abiertas. ( Y si no tenemos timbre, no hay problema).
Quiero para terminar tranquilizar a mis amigos. No se trata de ningún ataque de melancolía. Sigo bajando feliz con mi bicicleta cada mañana saludando a árboles y pájaros, silbando alguna cancioncilla pues puede decir ;sí, con un poco de orgullo, que trabajo para la gente que más me necesita y que mejor me lo recompensa.
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