viernes, 26 de agosto de 2016
CAMINO DE VUELTA.
Comparar nuestra vida con un largo camino es algo que ya ha hecho mucha gente, malas canciones que riman una y otra vez camino con destino. Una obviedad, una total falta de originalidad.
Pero cuando uno hace de caminar su mejor afición, resulta inevitable ver las coincidencias y entonces se pone a escribir esto.
Cuando se va a comenzar una marcha que va a ser larga, dura y probablemente bella siente una mezcla de ilusión y desasosiego. ¿Seré capaz de llegar al final o haré un vergonzoso ridículo?
Los primero tramos pueden ser, a veces, demasiado exigentes y cogerte frío. Miras a los demás y buscas refugio en ellos. Si ellos pueden, yo también. Así piensa uno cuando es demasiado joven. Lo importante es no quedarse rezagado.La vida se ve tan larga, se ve tan lejano el objetivo a alcanzar que ni siquiera te molestas en mirar hacia arriba. Los árboles no te dejan ver la cumbre.Solo ves el camino, esas pequeñas marcas de colores que te dicen que vas bien. Te gustaría salirte del sendero. Ver a dónde se va por ese otro lado. Es aburrido ir por ese camino polvoriento mil veces pisado por donde todos van. Pero el vértigo de perderse nos hacen seguir, casi siempre al grupo que nos precede. A las generaciones anteriores, a quienes caminaron mucho antes que nosotros y dejaron un hito para decirnos que este es , sin duda el mejor camino,aunque no sea el más atractivo.
Y sigue uno andando, cambiando , a veces de compañía, a veces solo ensimismado. Pero siempre mirando hacia adelante. No tiene sentido mirar atrás. Lo interesante está arriba, no abajo. Subir, subir, a pesar de la tormenta que se barrunta, del viento frío que nos traen los años.
Y ya nos vamos dando cuenta que no somos los mismos que salimos esa mañana. Ahora las dificultades, el cansancio nos hacen ver que nuestra vida ya no pasa por aquellos verdes prados de la infancia y juventud sino por un paraje pedregoso donde hay que fijarse bien donde poner el pie para no resbalar,donde hay que pasar sin mirar hacia abajo, para no verse atraído por el vacío que se abre en nuestra vida. Es el abismo de la soledad o del fracaso.
Es entonces cuando se agradece más esa mano que alguien te tiende, ese consejo que te dice por donde se pasa mejor.
Y ya estás arriba a tus nosecuantos años.Allí donde quisiste o pudiste subir. La vista suele ser espléndida pero también puede ser decepcionante.Demasiado trabajo para esto.
Y entonces, por primera vez en tu vida, miras atrás.Y ves el sinuoso camino que has recorrido.Que lejano se ve ahora aquella arboleda desde la que partiste. Miras alrededor y ves otras cimas que aún no has subido, que quizá nunca subirás.
Te sientas, respiras hondo y te alegras de estar allí, acompañado de gente que subió contigo con mayor o menor esfuerzo pero que inexorablemente tendrá que bajar también a tu lado.
Media vida. La parte más dura de la marcha.Por ello, tal vez se recorre cuando se tienen todas las fuerza intactas.
Ahora lo que queda es bajar. Puede que requiera menos esfuerzo pero más habilidad. Ya el sol empieza a declinar también.Por eso todo va más lento. Los kilómetros sin embargo pasan más rápido.
Ahora reparas en olores y colores que antes pasaban desapercibidos. Es el tramo de la madurez, allá en el Collado de la Desilusión.
La vuelta es quizá más fácil de seguir pero por el cielo aparecen algunas nubes de melancolía.
A diferencia de lo que pasa en la vida, en el sendero se ve el final: algunas casas, un puente, una explanada.
En el otro camino no. Seguimos descendiendo, y por fortuna nunca sabemos cuando acabará, por mucho que lo presintamos.
Seguiremos andando.Algunos de los que nos acompañaban se habrán despedido de nosotros en algún recodo del camino, tomando algún atajo.
seguiremos andando, los pasos más cortos, tomándonos un respiro, de vez en cuando buscaremos una fuente para beber aunque sea vino, esperando que el tiempo nos sea benévolo, el viento leve y sobre todo que nunca perdamos el deseo de seguir haciendo camino al andar.
sábado, 13 de agosto de 2016
VALLE DE CABUÉRNIGA
(A mi amigo Manolo Traba que me descubrió este valle)
Cuando atardece por el suroeste los montes oscurecen como el vientre de una loba.
Se encienden las luces de los caseríos y solo se oyen las esquilas de las vacas desamparadas en los altos prados del puerto.
Después del último chaparrón brillan algunas estrellas en un cielo recién lavado.
Se alejan los últimos truenos de la tormenta de verano. Un olor dulzón a heno y hojarasca se desprende de las campas.
A este ocaso le llaman ,por estos valles cántabros, El sol de los muertos,sobre el que escribió el escritor de la tierra,Manuel Llano.
Es el sol de la tarde que se lleva a los difuntos. Ese sol que se deja ver en los días de llovizna y que entonces, los regresa a la vida, aunque sea para echar un cigarro o volver a oler el hinojo de las cunetas.
Ya de noche, por la ladera, aparecen intermitentemente los faros de un coche o un camión que serpentea por los balcones del valle.
Pienso si subiendo por los altos prados las vacas acabarán pastando en la vía Láctea que hoy difumina su camino lechoso de sur a norte.
Entre los robledales y las fresnedas corre un arroyo que suena como el mar, imitando un oleaje de hojas y viento sin marea, descendiendo hacia el Saja.
Los aleros de las fachadas calizas gotean y rezuman frescor y una paz de siglos y silencios.
Terán,El Valle,Sopeña, Barcenillas,Ruente,Ucieda forman una cuerda de casonas de piedra junto a la carretera que vigila la aldea de Lamiña.
Lejano se oye el ronquido monótono de un camión.
En alguna rama vigila el búho y zumban los insectos en un farol.
Ya es noche oscura en el valle. Lo dicen los ladridos de algunos perros desvelados.Lo dicen los pasos sonoros de alguien que cruza la plazuela del pueblo, los mugidos que vienen de la hondonada oscura.
El Valle de Cabuérniga se duerme escuchando el quedo rezo de la fuente.
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