A lo mejor porque me crié junto al gran cementerio de la Almudena y porque jugué de pequeño entre aquella marmolería donde esculpían cruces y lápidas, los cementerios han tenido par mí un carácter casi familiar. Aquellas estatuas de ángeles desconsolados con las manos en la cabeza, esas losas de piedra gris ,con estelas casi borradas de los nombres de unos muertos de los que ya nadie se acuerda. Yo pasaba por allí camino del colegio y podía ver entre las rejas las veredas de cipreses con aquella soledad ,casi plácida. Allí no había nieblas románticas ni sombras acechantes como en los cuentos de Bécquer. Solo los panteones, y ese bosque de cruces y los pájaros cantando. Hoy he ido por primera vez a un viejo cementerio del Barrio de Carabanchel. El día soleado parecía de finales de agosto aunque estuviéramos a finales de octubre. Precisamente por estar próxima la festividad de "Los Santos", estaba muy concurrido. Los puestos de flores llenos de claveles y crisantemos . Grupos de familias llegaban cargados con los ramos, el cubo y el cepillo para hacer limpieza. Una vez dentro contrastaba el silencio grave y doliente de los que acompañábamos la comitiva del entierro con el bullicio de la gente que se repartía entre las estrechas calles de la sacramental. Algunas familias habían acudido con niños que se sentaban en las lápidas y correteaban entre los mausoleos. A primera vista resultaba chocante pero me recordó aquellos lejanos primeros de noviembre de mi infancia en que las familias al completo pasaban la mañana e incluso comían y bebían junto a la tumba de sus seres queridos.Ahora hemos importado la fiesta de Halloween. Dicen que sirve para que los niños desdramaticen estas fecha fúnebres. Pero yo no veo ente calabazas, brujas y algún que otro mamarracho nada que tenga que ver con el recuerdo de los muertos. Aquella otra festividad parecía tener la intención de seguir contando con los que se han ido. Seguir juntándose , de algún modo en torno al abuelo, al pariente que murió, buscar, en definitiva, la normalidad en el hecho de la muerte. Hoy tratamos de pasar de puntillas sobre este tema. Hacer lo más breve este trago y sobre todo procuramos ocultarlo a los ojos de los niños. Quizá sea lo más conveniente. Incluso puede que dentro de algunas décadas desaparezcan los cementerios como un hecho cotidiano y quedarán como un resto histórico, casi arqueológico. Pero no deberíamos olvidar que ciertos ritos y costumbres tienen además de un carácter protocolario, el fin de mitigar la angustia del ser humano, de buscar un consuelo en el grupo que acompaña,encontrar un momento y un lugar para recordar al que se fue mientras se quedaron los pájaros cantando.
lunes, 31 de octubre de 2016
CEMENTERIOS
sábado, 15 de octubre de 2016
ATENCIÓN,QUERIDO CONDUCTOR
Paseaba esta tarde tan ricamente en bicicleta cuando detrás de mí oí el motor de un coche que, al parecer no podía adelantarme por tratarse de una calle algo estrecha. Fueron unos doscientos metros. Detrás de mí oí una voz femenina, de bonito timbre que me dijo:
-¡Gilipollas!
No pude verle el rostro-y lo sentí- pues rápidamente se refugió en su garaje. Pasado el primer momento de cólera, y dado que pedalear es un ejercicio que, practicado con moderación, invita a la reflexión, imaginé que aquella voz, sin duda debía pertenecer a una joven muchacha que fuera de su automóvil, caminando por la calle sería incapaz de decirle a un tipo de más de noventa kilos tal improperio. ¿Qué nos pasa entonces cuando vamos al volante de nuestro coche que hace que nos transformemos de ese modo?¿Qué ocurre para que un apocado testigo de Jehová, una muchacha auxiliar de farmacia o un jubilado que colabora en una ONG se conviertan en siniestros personajes de una película de Tarantino?
Yo mismo, confieso que un día que recordar no quiero, y al ver mancillado mi orgullo de veterano conductor por un jovenzuelo a los mandos de un puto seat Málaga del 73 salpicado de barro, sentí deseos de empuñar una llave inglesa y estrellarla contra su parabrisas en unos interminables quince segundos…¡Dios mío!,¿Por qué me has abandonado?
Y como al diluirse los efectos de la adrenalina sentimos un inmenso bochorno que tratamos de justificar con el estrés y los efectos de la crisis económica.
¿Qué tiene de diabólico este artefacto de cuatro ruedas para en un instante pueda acabar con todos nuestros principios pacifistas, echar por tierra nuestra filantropía y agotar todas nuestras reservas de empatía?
Pedaleando y mirando de reojo a los automóviles que me adelantaban, seguí pensando que quizá lo que ocurre es que dentro de ese habitáculo cerrado herméticamente nos sentimos aislados, a salvo de cualquier mal, en una burbuja que nos permite insultar y sacar fuera ese iracundo vengador, tipo Charles Bronson que todos llevamos dentro.
Es verdad que tiene sus ventajas cuando conducimos, con las ventanilla bajadas, y podemos cantar a voz en cuello los grandes éxitos de Camilo Sesto, o desahogarnos diciéndole las cuatro cosas que no nos atrevimos a contestar a nuestro jefe, el imbécil este que quién se creerá que es…
Pero debemos tener cuidado cuando sintiendo la potencia de nuestros ciento y pico caballos del motor turbodiésel entramos en una rotonda dispuestos a disputarle la pole position a una cajera del Ahorramás. Debemos tener mucho cuidado porque es muy posible que efectivamente nos estemos convirtiendo en unos gilipollas.
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