lunes, 28 de diciembre de 2015
Una bicicleta en Belén.
Hoy es veintiséis de diciembre. Los contenedores de basura están rebosantes de restos de navidad.
Son las doce de la noche y hay una luna esmerilada, que apenas brilla entre la niebla.
Por la avenida viene una familia. Por su aspecto podría provenir de Benarés o de Bucarest. La madre empuja un carrito de niños cargado de bolsas y trapos. El padre, apenas treinta años, empuja una vieja bicicleta con una cesta de fruta en su trasportín. Hablan alto en una lengua incomprensible. Varios niños siguen su frenética marcha con dificultad, dando carrerillas y tapados con capuchas. Cierra el cortejo una chiquilla de no más de cinco años que se tapa los hombros con una manta mugrosa.
Trabajan en equipo: el padre levanta la tapa del cubo y los niños trepan, e incluso se cuelan dentro rebuscando en el interior, la madre guarda los hallazgos en bolsas.
Corre un viento frío, tan frío como el corazón del IBEX 35.
Parpadean algunas luces navideñas y un papá Noel trepa infructuosamente por una escalerilla hacia una ventana.
San José, la Virgen y los niños siguen su peregrinación de contenedor en contenedor, lejos de Belén, lejos de cualquier parte. Aquí no hay pastores ni lavanderas, ni mula ni buey.
Solo una vieja bicicleta y una familia que sigue a su mala estrella.
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