Hace unos ciento cincuenta años Edmundo De Amicis escribió “Corazón”, una obra destinada a ser libro de lectura durante décadas en las escuelas de Italia y de otros países.
Su tono almibarado, probablemente se le haría insoportable a muchos lectores de hoy día. No vengo aquí a reivindicar el valor literario de este clásico que contiene historias conocidísimas como De los Apeninos a los Andes, el tamborcillo Sardo y otras que de puro candorosas nos resultarían empalagosas.
Lo que me ha interesado , al repasar este libro que leí en mi infancia, y no sé por qué, en francés, es la Escuela que describe su autor.
Italia acaba de conseguir su reunificación y tiene entre sus héroes a Garibaldi y Cavour. Una burguesía ilustrada se alía con obreros pobres y campesinos para construir un país peninsular y variopinto.
Es una escuela donde convive Garrone, un muchacho calabrés, de la Italia meridional y paupérrima, con Carlo Nobis, hijo de un banquero turinés ,Coretti, hijo de un carbonero, “El albañilito”, hijo de un albañil alcohólico y maltratador, el propio protagonista, Enrico que es hijo de un ingeniero que un día le escribirá una carta a su hijo en la que le dice : "El trabajo no mancha. No digas nunca a un obrero que sale del trabajo: está sucio.Debes decir: lleva en su ropa las huellas de su trabajo"
El viejo maestro, un socialista enamorado de Italia ve en la creación de una Patria la oportunidad para la dignificación de sus gentes de norte a sur. Por eso inculca a sus alumnos el valor de la solidaridad y de la bondad.
Quizá sea todo muy blanco, quizá suene a eso que algunos llaman buenismo.
Sería absurdo trasplantar esta historia que ocurrió hace siglo y medio a un contexto actual, pues está tan lejano como la civilización romana. La reflexión que me hago es: ¿Qué quedó de aquella vieja escuela interclasista que conocieron los arranques de la escuela pública en Europa?
Se dice que las desigualdades sociales se han acortado en este tiempo pero lo cierto es que hoy, en nuestro país sería casi imposible encontrar una escuela como aquella de Turín donde convivan clases sociales tan dispares y distantes.
Recientemente leía que un estupendo colegio público de Aravaca se mantenía abierto gracias a los alumnos que recibía de las empleadas de hogar que trabajan en aquel pueblo adinerado. Yo conozco otros ejemplos muy cercanos en la propia ciudad donde vivo. La excusa de esta separación es que "donde hay pobres el nivel académico baja"
No lo creían así en la escuela de Turín. Allí un alumno llamado Derossi, un chico de clase modesta que es el empollón, ayuda a otros más ricos pero menos inteligentes que él.
La Escuela interclasista, la escuela patriótica de finales de siglo XIX en Italia, Francia e incluso en la España republicana, es una apuesta de quienes la promovieron para generar cohesión social, para hacer país, pueblo.
A principios de los años ochenta yo tuve la oportunidad de conocer maestros, aquellos maestros de la EGB, que ya se han jubilado o están a punto de hacerlo que creyeron ser herederos de aquellos valores pedagógicos: "Hacia la Igualdad por la Educación."
Era una utopía y no tardamos mucho en darnos cuenta de que lo era. Aun así tuve la fortuna de trabajar en escuelas donde junto a alumnos de clase obrera asistían alumnos que hubieran podido pagarse colegios privados pero que se sentían a gusto en una escuela renovadora y alegre.
No puedo decir lo mismo de los últimos viente años. La consolidación de una escuela concertada más fiel a los principios religiosos que a los valores cívicos, el desastroso experimento de los colegio bilingües que segregan a los alumnos menos favorecidos que no pueden pagarse academias junto con la práctica desaparición de la figura del tutor, de ese maestro mitad profesor, mitad padre/madre, que vela tanto por los progresos académicos de sus alumnos como por su equilibro afectivo y emocional.
Todo esto me desazona y ha hecho que me sea menos doloroso abandonar la escuela con motivo de mi jubilación.
No obstante la historia siempre es cíclica. Va dando bandazos. Las aguas de los ríos suelen volver a su cauce, aunque por el camino hayan causado estragos.
Por eso o quizá por mi natural optimista o más bien crédulo, espero y deseo que después de estos, vengan otros tiempos en los que los niños, no importa de qué país provengan, de qué clase social, de qué credo o de qué lengua , puedan volver a sentarse junto a la sombra de un maestro comprensivo, inteligente y en el buen sentido de la palabra bueno, como aquel de Turín.
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