lunes, 25 de junio de 2018

Gente de mi barrio (7)El hombre de negro del paso de cebra.


El hombre de negro está pintado en una chapa rectangular caminando sobre unas rayas también negras enmarcadas en un triángulo blanco. Vive allí clavado en un poste metálico cerca de la rotonda.
El hombre de negro mira con envidia a otros hombres-muñecos que viven en los semáforos. Ellos tienen pareja: hombre y mujer, mujer y mujer, hombre y hombre. Además brillan con luces de colores verdes y rojas.
Él está solo allí, a la intemperie, sin nadie que le acompañe. Es apenas una silueta oscura, impersonal desprovista de ojos para mirar o boca para hablar. Congelado en una zancada que nunca acaba de avanzar ni de retroceder.
Sabe que hay otros hombres de negro como él en otros pasos de cebra, pero están lejos, no puede hablar con ellos ni compartir sus experiencias. Son hombres solitarios, incomunicados.
Por eso el hombre de negro del paso de cebra tiene ese aspecto triste, meditabundo.
Sumido en estos negros pensamientos ve acercarse a un padre con su hijo agarrados de la mano. El padre señala con el dedo al hombre de negro y le dice a su hijo que antes de cruzar hay que mirar. Entonces siente que, bueno, al fin y al cabo sirve para algo: para que crucen sin miedo los niños, los ancianos de paso lento y vacilante, los corredores que cruzan veloces, los perros con sus amos, el paseante sin prisa, decenas de peatones. Los coches cuando le ven reducen la velocidad, salvo alguno que va distraído o agobiado por las prisas o por la mala leche.
Más animado, el hombre de negro, cuando nadie le ve, bosqueja una sonrisa de emoticono y piensa que en esta vida, al final, todos servimos para algo.

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