La primera vez que saludé a Rachid me llamó la atención la
forma como lo hizo. Estrechó mi mano con su mano derecha y se llevó la
izquierda al lugar donde está el corazón.
Rachid frecuenta un bar cercano a la plaza de las Ranas,
allí toma su café y, acodado en la barandilla de la plaza, fuma varios cigarros conversando con algunos
amigos.
“Ya sé que a algunos espanioles
no les gusta que llevemos la chilaba, pero es que en verano es lo más fresco”,
me dice Rachid que es un hombre joven de
apenas cuarenta años. Para él su mayor tesoro son sus tres hijos. Su mayor pena
la hija que perdió.
Aquel fatídico día en que un accidente le privó de la sonrisa de su niña, Rachid me enseñó como un
ser humano puede afrontar el mayor dolor sin ceder a la desesperación. Su
abrazo me reconfortó a mí, en lugar de consolarle yo a él. Fui a su casa a
ofrecerle mis condolencias. Vive en una casa que se construyó él mismo con
ayuda de amigos y familiares. Arriba tiene una azotea o terrado dónde la ropa
se seca al sol, ondeando como banderas de colores. Desde allí se ve el barrio
de casas bajas de la Cañada, con sus pequeños huertos, su calle polvorienta. Un
poco más allá los bloques de edificios. Unos metros que separan dos mundos que
apenas se conocen.
Rachid tiene unas manos enormes con el rastro indeleble que
deja la grasa de los motores de los coches pero también tiene una sonrisa
indeleble que no se quita casi nunca.
Rachid vino desde su pueblo en las montañas del Rif, con la
idea de que España fuera una especie de etapa prólogo para saltar a Francia. Allí tiene
familia y la ilusión, seguramente infundada, de que las cosas están mejor. Pero
Rachid, al contrario de lo que hacemos los españoles, jamás habla mal de
España.
“Nos han tratado siempre bien, sobre todo a mis hijos, ellos
también lo están pasando mal, por eso yo les agradezco a los espanioles lo que me han dado, aunque
sea poco.”
La plaza de las Ranas, la plaza más multicultural de Rivas
se va quedando solitaria, cada mochuelo se va a su olivo y allí se quedan las
luces de las farolas y el chorrito de la fuente.
Nota:Rachid tiene otro nombre, pero la misma sonrisa.
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