viernes, 10 de agosto de 2018
Seis rincones entre Galicia y Asturias (5) Oviedo
Es Oviedo una ciudad de gente elegante que va y viene de compras por la calle Uría. En algunas cafeterías mujeres de cierta edad, bien peinadas y calzadas ,fuman con buen estilo y dejan desmadejarse el tiempo charlando y viendo pasar a la gente.
Los turistas, van, vamos a lo que vamos, deprisa ávidos de encontrar el casco antiguo para hacer fotos con el móvil a las viejas piedras de la universidad, la catedral...
Músicos callejeros le ponen banda sonora al paseo por la ciudad histórica.
El cielo plomizo de Vetusta hace juego con este viernes de julio que duda entre el bochorno y unas gotas blandas de lluvia sobre el ocre de las fachadas.
Entramos al museo de Bellas Artes de Asturias. Buena elección. Un gran mural alegórico, a la entrada, representa el idealizado mundo rural asturiano que el tiempo y eso que llaman progreso se llevó: los mercados de verdura, las matronas pescadoras, los marineros barbudos de lustrosas pantorrillas y pantalón arremangado, los ganaderos que cierran su trato con un apretón de manos en presencia de los bueyes y al son de la gaita.
Buscando una historia de Asturias más cierta y verosímil, visito una sala de pintores de comienzos del siglo XX.
Allí encuentro varios cuadros que me muestran momentos de la historia pequeña y grande de esta
tierra: una huelga de obreros de la Compañía del Norte con rostros de hambre y desesperanza. Un demoledor cuadro titulado "La cuna vacía" que muestra el desolador retrato de una familia que observa el vacío dejado en la habitación por el guaje muerto.
Otro óleo de gran dimensión muestra a los mineros saliendo del pozo, con su paraguas al hombro, las madreñas en los pies chapoteando en un suelo negro como su porvenir.
Son telas oscuras y bellas como los valles asturianos, profundos, hermosos y algo inhóspitos, con el carbón en sus entrañas, bajo el bosque en descomposición.
Al salir de nuevo a la calle, la gente se hace fotos con la Regenta. La dama de bronce, tan púdica ella, se deja ahora manosear por todos. Quizá la mayoría ignore exactamente quien fue esta señora de sombrero y encajes, pero hoy es la más retratada de Oviedo.
Después de caminar, comer como corresponde en Asturias, es decir muy bien y demasiado es imprescindible, si eres un turista como es debido, subir al monte Naranco. Allá en el prado alto estas pequeñas joyas del arte prerrománico, soportan estoicamente una nueva invasión: un ejército de visitantes que gritan y se fotografían en su balconada. Un niño golpea con el pie la puerta pues quiere entrar a toda costa al interior, lo que provoca la cólera del sufrido guía que anda explicando las características de este arte genuino y medieval.
Un nutrido grupo de familias que han subido a la campa a hacer picnic juegan un partido de fútbol frente al monumento. Menos mal que las ventanales no tienen cristales, de lo contrario correrían el riesgo de sucumbir al fútbol aquello que sobrevivió a almanzores y ejércitos napoleónicos.
Se queda uno mirando como un bobo a Oviedo que ,allá al este, flota entre la sempiterna niebla que emborrona las torres de la catedral y algunos feos y altos edificios modernos y calatraveños.
Compadeciéndose uno de la hermosa Santa María del Naranco por lo que tiene que aguantar la pobre, me marcho de Oviedo porque es tarde y no queda más remedio, con una fina lluvia purificadora.
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